Erik Jurado

Luego de la elección del pasado domingo queda claro algo; el mexicano no ha cambiado mucho desde la revolución. Tenemos un enamoramiento muy peculiar por el poder y los poderosos, nos gusta ser dominados y seguir ordenes a la sombra de quien más puede. En otros países el liderazgo político debe ser ejercido con responsabilidad, pues los ciudadanos entienden el poder que tienen en sus manos cuando ejercen el voto, los mexicanos amamos a quien nos da falsas esperanzas y en los actos nos demuestra odio.

En definitiva, esto no es un asunto de partidos, pues con el tiempo y como lo he mencionado en otros escritos todos se parecen demasiado y no han sabido como asegurar su esencia y diferencia. Todos los partidos están perdidos y tienen carencia de ideólogos y lideres que ejerzan alguna ideología. Esto es un asunto de cultura democrática y de relación con el gobierno.

Así como el PRI logró acaparar el poder por casi 80 años, así cualquier otro partido puede aprovechar sin lio las coyunturas y hacer su santa voluntad, poque al final el mexicano premia al que mal actua.

Cuando se revisa el mapa de nuestro país, con una perspectiva de distribución del poder, vemos que una nueva hegemonía se dibuja, con los mismos actores de siempre, todo el país se pinta de guinda. Esto podría ser útil cuando el poder se ejerce con responsabilidad y el gobernante entiende su fugacidad, pero además busca la gobernanza para beneficio del colectivo. Pero en México no es el caso. MORENA ha dado la cara más marcada del abuzo de poder y los excesos que se han cometido por otros gobiernos, pero ahora más marcados y sin ningún tipo de pudor.

MORENA ha resultado ser la concreción de todo lo aprendido de la vieja escuela política mexicana, el máximo icono de corrupción e ignorancia, nos mienten a los ojos mientras su mano nos traiciona. Queda claro que en estas líneas no defiendo las marrullerías del pasado ni de otros gobernantes, por si ese es el argumento de alguien.

Pero esa mala expresión se dibuja por la cobardía general del mexicano, su necesidad de ser mantenido con dadivas del gobierno y por el extremo descaro de quienes gobiernan. Además de esas características hay que sumar que el sistema de partidos está colapsado. Los partidos más pequeños no tienen discurso (cosa que no sucedía con el PAN en su momento de principal opositor), ni lideres serios.

Hemos permitido que se dibuje de nuevo el fantasma del partido único, con gobernantes abusivos y con una profunda incapacidad de generar proyectos en beneficio de todos. Los principales aliados son los opositores que han tomado la decisión de administrar la pobreza, y que están perdidos en su búsqueda de pequeños espacios y el dinero.

No hay buena cara para el futuro, no hay buena cara para la oposición y no hay buena cara para México.

Si este es un texto desesperanzador, por que la realidad es así, el mexicano no tiene esperanzas, sólo ansia una buena mentira que apacigüe su miedo.

Los partidos deberán reformularse, y tomar como prioridad la conformación de nueva ciudadanía, eso si se quiere que algo cambie.