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Luego de presenciar el “furor” de los mexicanos, sobre todo de las clases más maltratadas de nuestro país, por participar en los comicios internos de MORENA, no me quedó espacio para otra conclusión, más que el voto más barato es el más caro.

Tengo claro que no es MORENA el centro del problema, esas prácticas ya estaban ahí antes de su llegada (por supuesto que exhibió una mejora) pero tampoco eso debe eximir la responsabilidad.

El problema central es la cultura, que se ha configurado desde años y la proclividad del mexicano de abuzar unos de otros. Esa costumbre de ver a la corrupción como algo normal y no encontrar salidas a ella.

Para el mexicano el acarreo, la compra de votos es algo normal, pero en su forma más simplificada no es otra cosa que la ruptura del sistema, lucrar con la necesidad del más desposeído.

Este es un problema complejo, pues la miseria, el hambre y la falta de formación en todos los ámbitos sobre todo en la cultura democrática es un lastre muy complicado de romper.

Desde que participo en política activamente he visto como los hombres mejor intencionados son vencidos por estas prácticas tan deleznables y quienes recurren a ellas para acceder al poder, ya no son una propuesta diferente de lo que ya hay.

Lo cierto es que el cambio en este respecto principalmente debe generarse desde la sociedad civil organizada y critica, que poco hay de eso, pues desde el poder será complicado que un cambio similar se impulse.

La sociedad debe comenzar a reclamar lo que por derecho le pertenece y que el gobierno cese de ese empobrecimiento sistemático que ha emprendido ya desde hace muchas décadas, pues los recursos destinados a dadivas solo tienen valor cuando la población es pobre y tiene hambre.

La sociedad civil organizada debe tener como misión demandar la reducción de la pobreza y el mal uso de los recursos públicos para fomentar prácticas como las que vimos el domingo, el presidente en turno demostró ser un sin vergüenza, pues no ha cambiado nada, bueno lo ha empeorado, pues no tengo recuerdos de movilizaciones tan burdas.

Ese voto barato que vimos, es probablemente el más caro, porque de por medio va el declive de la educación, el derroche de dinero en programas asistenciales que no tienen objetivos claros en un encuadre de desarrollo social, pero si en estrategias de acarreo y compras de voto.

La sociedad civil debe condenar estos actos y no justificarlos, pues probablemente nada hace más daño que la ceguera ciudadana y la justificación de los excesos del poder.

Lo que vimos el domingo debe ser un aliciente para denunciar, para no callar y sobre todo para impulsar el cambio.