Una pandemia de realidades.
30 de octubre de 2020

Lic. Aylim Urquiza
Licenciada en derecho. Trabaja por su cuenta, asesora jurídica de tiempo completo en el despacho Porras Urquiza

Este año, sin duda, será histórico, y por múltiples razones. Apenas habían transcurrido siete días del 2020, y nos paralizamos al ser testigos de las hostilidades entre Estados Unidos e Irán. Un conato de tercera guerra mundial nos daba la bienvenida.
En febrero, los incendios forestales de Australia nos dejaron mudos. Las teorías del fin del mundo sonaban cada vez más fuertes, y los comentarios se incrementaron ante el paulatino avance de un virus recién detectado en diciembre en Wuhan, China.
Para marzo, ya nadie era ajeno ni desconocía al COVID-19. Entre el miedo, la incertidumbre y las dudas, nos recluimos en casa y esperamos la violenta llegada del virus. En ese entonces, pensamos que serían un par de días. A la fecha, han transcurrido 213 días, desde aquél 30 de marzo en el que se declaró en México como emergencia sanitaria la epidemia generada por el virus SARS-CoV2.
Han sido días difíciles, llenos de desolación y desesperanza, que nos han hecho enfrentarnos a situaciones que jamás hubiésemos imaginado. Tan solo el hecho de estar afrontando una de las pandemias más graves y mortales de la historia, ya es motivo suficiente percibir con negatividad todo lo que nos rodea.
Lo más cruel de esta situación, es que la pandemia llegó acompañada de un duro, violento y repentino golpe de realidad, que nos ha dejado aturdidas y aturdidos hasta el día de hoy.
La pandemia, evidenció un panorama repleto de desigualdades, de injustica y de violencia. Pareciera que todo lo malo que como sociedad teníamos, salió a la luz descaradamente con la emergencia sanitaria.
A pesar del distanciamiento social, los índices de violencia incrementaron, principalmente, en lo que respecta a la violencia familiar y de género. Las denuncias se fueron al alza, y dejaron al descubierto que la convivencia en casa, era sostenible gracias a las múltiples ocupaciones que mantenían ya un distanciamiento velado. Así que, al recluirnos en casa, fue cuestión de un par de días, para que la realidad saliera a la luz.
Por otro lado, con la implementación de las medidas sanitarias, y la suspensión de actividades no esenciales, fuimos conscientes de una realidad más, que habíamos ignorado, ya sea de manera consciente o inconsciente: no todas las personas tienen la capacidad económica para aislarse en casa.
Los pequeños comerciantes, los emprendedores, los autoempleados, los vendedores ambulantes, y muchos grupos económicos más, han sido de los más azotados en esta pandemia. La poca ayuda del gobierno, y el egoísmo social, han arrastrado a este sector, al borde del precipicio.
Las desigualdades económicas emergieron, salieron a flote en el lago de la realidad, y ya nadie pudo fingir que no eran evidentes.
Donde más dolía, duele y seguirá doliendo, es en el ámbito de la educación. La modalidad virtual, de nueva cuenta, reveló que, en México, los planes de estudio no pueden ser generalizados, pues las y los estudiantes, no gozan de las mismas condiciones. Al día de hoy, los estratos más vulnerables de la población estudiantil, resienten la modalidad virtual, pues es casi imposible acceder a las clases remotas.
Y ni qué decir del personal de salud, quienes de manera directa han sufrido los estragos más tristes y graves de la pandemia. Han sido víctimas de discriminación, de violencia, de jornadas laborales extenuantes, de riesgo de contagio, y en el peor de los casos, han sido víctimas del virus, y algunos, han perdido la batalla contra el COVID-19.
Las desigualdades, siempre han estado presentes, el problema es que, ante la emergencia sanitaria, se han hecho más visibles, y eso, es lo que realmente duele, no tanto que existan, si no que se vean. Como sociedad, nos hemos centrado en el individualismo, y hemos emprendido la titánica tarea por ser ciegas y ciegos ante las necesidades ajenas.
La pandemia más grave, no es la ocasionada por el virus, si no la pandemia de realidades que ha dejado al descubierto que, como colectividad, no sabemos trabajar en equipo; este es el efecto socialmente nocivo de la pandemia.
Estamos ante una gran oportunidad de reivindicarnos como sociedad, y trabajar por abatir las brechas de desigualdad e injusticia que nos afectan, o tal vez es así como veo las cosas.

La Expresión Continúa...

