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Crónica:

16 de Septiembre de 2024

Vivir al límite; Donde termina la carretera ¡comienza su hogar!

Un indigente convierte el acotamiento en su refugio, su cocina, su jardín… y su templo.

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¡Vivir al límite no es una metáfora para él! Su vida se levanta, se extiende y descansa a escasos metros de la carpeta asfáltica, sobre el acotamiento de la carretera federal 45, justo en la salida de Parral hacia Jiménez. Ahí, a la intemperie, bajo la sombra generosa de un huizache y frente a las instalaciones de la Guardia Nacional —antes Federal de Caminos—, un hombre ha decidido edificar su mundo con lo que otros desechan.

Su hogar, si así se le puede llamar, no tiene muros de concreto ni techo de lámina. Tiene lo que necesita: una cama improvisada con una base vieja, un colchón vencido y una lona por si la lluvia decide visitar. Una escoba apoyada junto a la cama sugiere que la limpieza es asunto serio, incluso cuando no hay puertas que cerrar ni suelos que encerar.

El hombre, un indigente de rostro ya familiar en la zona, lleva más de un año en este sitio. De día, sale a la “pepena”, a buscar entre la basura aquello que sirva para sostener su vida y reforzar su morada. De tarde, regresa. A la hora que quiere. Porque es su casa, aunque esté marcada solo por el número invisible de la vía.

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Una arquitectura del alma

El diseño de su hogar no es convencional, pero es funcional. A la izquierda, la recámara; al centro, el corazón de la casa: una cavidad de piedras que hace de estufa y calefactor. El tizne en sus bordes cuenta la historia de innumerables comidas cocinadas al aire libre. Sobre el caparazón de roca descansa una olla, un sartén y un plato con restos de comida. Nada sobra, todo tiene uso.

Un bote metálico que un día resguardo unos 4 litros de pintura, hoy liberado de esa carga en su segunda vida, en el reúso funciona como contenedor de basura, con la tapa apenas colocada es suficiente para evitar que los malos olores escapen y sean inoportunos e interrumpan la armonía del lugar.

El “frente” es modernista, ¡cosmopolita! ¡de clase mundial! con destellos inconfundible del estilo industrial, se trata de una estructura metálica que se desplanta del suelo, decorada con rayas trasversales negras y amarillas deslavadas que al final dejan ver un grueso cable hilado en aluminio, para la comunidad es una retenida de la Comisión Federal de Electricidad, para él es el distintivo sobre el que apoya la nada y el todo. Al lado, un pequeño pino, joven aún pero ya produce sombra y dignidad al paisaje agreste.

La residencia presume además de un jardín exótico. Desde una de las grietas del talud se asoman plantas de un verde intenso, es el símbolo de la vida minimalista; Una mata de sábila prospera con buen pronóstico se nota que tiene el cuidado licencioso de su dueño. Más adelante, una maceta rebosante de intensas hojas color primavera, largas como de lechuga desbordan vida, es el distintivo y, ¡el escudo heráldico del residente! la señal inequívoca de que donde muchos ven ruina existencialista, él cultiva esperanza.

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Un altar mayor

Lo más conmovedor quizá no sea la cama, ni la cocina, ni el jardín. Es la capilla. Una pequeña construcción hecha con las mismas rocas del entorno, más grande que la estufa, más solemne que el resto. En su interior, no hay tizne, pero sí fe. Imágenes de Cristo, la Virgen de Guadalupe, veladoras gastadas. Un altar hecho sin permiso de nadie, pero con toda la devoción. Aquí, Dios también habita en el arcén.

Seguridad sin conexión

Que sorprendente es ver una vieja cámara de seguridad colgando de una rama, un reto al surrealismo. No está conectada a nada, pero está activada en la imaginación de su propietario. Funciona gracias a ese “blutú vital”, podría bromear él. Conectada al Wi-Fi del imaginario que es la ventana más amplia al universo oculto. Quien llegue será registrado, no en tiempo real, pero sí en esa otra realidad en la que el hombre habita con su otro yo.

La seguridad, no es privada, pero está garantizada por la proximidad de la Guardia Nacional. Su "fraccionamiento" tiene la mejor vigilancia del rumbo ¡a los ojos de todos y en la intimidad de su mundo!

Comunidad ausente

Protección Civil tiene detectadas al menos diez viviendas como esta en la ciudad. Son los hogares de “los otros parralenses”, esos que vagan, perturbados de sus facultades, olvidados por el sistema, echan raíces en túneles, lechos de ríos o márgenes de carreteras. En Parral, la inclusión no ha tocado sus puertas, ¡porque ni siquiera tienen una!

Pero ellos son también los libres de los atavismos contemporáneos de la sociedad. Han elegido, con lo poco que les queda: la libertad de construir su mundo, lejos del bullicio que alguna vez los expulsó.

Nunca está solo

Él nunca está del todo solo. Además de sus pensamientos, lo acompaña una mascota. Un perro callejero, real y fiel. Comen juntos. Duermen cerca. En su plato aún hay restos de croquetas y huesos de pollo, prueba de que aquí se comparte lo poco, como si fuera lo mucho.

El límite de la carretera marca comúnmente el inicio del peligro. Para él, es el comienzo del hogar. No hay dirección, pero sí pertenencia. No hay comodidades, pero sí dignidad. No hay paredes, pero sí fe.

Y eso es más de lo que muchos ciudadanos “promedio” tienen.

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