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Crónica:

06 de Febrero de 2023

La odisea del ¡Perro que salió del bote!

Breve reseña de los estragos de la contaminación en la vida animal.

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Nadie espera encontrarse en medio de la nada con un ser deforme, de cuatro patas, cuyos especímenes solo habitan en los más recónditos y ocultos rincones de la imaginación de la ciencia ficción, pero como suele suceder, ¡la realidad supera la fantasía! Y la ¡contaminación también! La extravagante morfología del extraño ser, correspondía a la de un perro con su cabeza atrapada en un garrafón, objeto que en su vida útil fue depósito de agua y que al ser desechado se convirtió en basura y contaminación a la deriva y en una ¡trampa mortal para la fauna!

¡No era un extraterrestre, menos una criatura de ultra tumba, tampoco una deformación animal creada por las mentes de los más extravagantes y surrealistas diseñadores ¡Se trata de un perro a la deriva cuya cabeza estaba atrapada en un depósito de plástico que lo ahogaba, una prisión tan asfixiante como mortal, caminaba torpe en busca de su encuentro con la reedición de la parábola bíblica del buen samaritano, ¡y lo encontró!

La historia se escribió este martes 6 de junio en la carretera Parral- Chihuahua. Un conductor, luego de pasar la penitencia del olvido gubernamental que es la carretera corta, tramo “vibroso” y aprisionante del que es imposible escapar de los baches, en la intentona de hacerlo, al vehículo se le mueve todo y en todas direcciones, además de las llantas, las carteras, el motor, los soportes y después de 30 kilómetros se expían en un solo tramo todas las culpas automovilísticas que se puedan cargar en la inconciencia de un cafre estándar. Luego de eso, al conductor y a sus pasajeros le tiemblan las manos, pies y seguramente el cerebro se desplaza unos milímetros de su eje, para esos momentos, cualquier alucinación es justificable y creíble, pero no esta poseído por el espíritu carretero, ¡está bajo una sobredosis de baches!

Al pasar el puente del rio Conchos, a la altura de Valle de Zaragoza en dirección a la capital, nadie podría culpar a un automovilista de no aguantar más y hacer una pausa para estirar las piernas, respirar aire puro y poner en orden las ideas… ¡los huesos y todo cuanto se le movió en el lavadero carretero!

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Mientras hablaba por teléfono, de entre los matorrales, algo se movía, alertó al aturdido automovilista, la vista se fijó en ese sitio de donde en segundo se materializo el movimiento y se mostró tal cual, ¡era un raro ser mitológico! No tenía forma, ¡era una combinación de todo apareciendo de la nada! Al fijar bien la vista era posible delinear un cuerpo de perro o coyote color café, provisto de una cabeza enorme ¡como de diez litros!, deformada, ovalada, de un tono blanco brumoso.

Su caminar era torpe, sin rumbo, su expresión estaba ahogada, pero se intuía que pedía ayuda, el temor, aunque se hizo presente, era menos fuerte que la curiosidad que a manera de intriga impulsaba las piernas, se movían con miedo como imantadas por la atracción al deforme ser, con solo unos pasos, en unos cuantos segundos se pudieron clarificar las ideas y descartar que se tratara de una alucinación producida por una “atrofia cerebral bachera”. 

Se trataba de un perro, si ¡un can cuya cabeza estaba atrapada en un bote! Estaba en busca de un buen samaritano ¡y lo encontró! La vida y circunstancias le echaron una invisible mano a aquel animal, el humano había detenido su viaje en el tiempo y momento justo, universalmente pactado por el destino, ¡ni un minuto más tarde, ni un segundo antes!

La cabeza plástica rosaba con la hierba amarillenta que con el crujir delataba los pasos, luego, entre los alambres del cerco, la careta fue más audible al contacto. El animal no alcanzaba a ver, pero sentía que se acercaban a él, ¡estaba atrapado en medio del miedo con dos direcciones inciertas; acercarse y tener posibilidades de ayuda o huir y esperar la muerte! La decisión final fue abandonarse en un instintivo acto de fe, se quedó en medio de un arbusto, semi escondido, echado sobre la maleza.

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El perro tenía la cabeza atrapada dentro de un bote de plástico, de diez litros de capacidad ¿Cómo llegó allí? Es algo que solo podrá inferirse, la versión original solo le pertenece al can. Las hipótesis humanas más creíble es que pudo haberla encontrado entre la hierba guardando agua de la lluvia, estaba abierto de en medio, por donde metió la cabeza para beberla… ¡lo demás es historia!  se le anexo como un accesorio asfixiante, simulando una careta de soldador.

El perro seguramente tenía horas así, ¡convertido en un cautivo ambulante! el bote era trasparente, pero, la vaporización acumulada de su respiración lo había hecho opaco, con el calor del día la asfixia se potencializa, era cuestión de tiempo para que pereciera.

Ayudarle al mejor amigo del hombre, fue una misión de honor, pero poco sencilla, el perro rehuía al sentir la presencia del humano, finalmente se recargo entre unos arbustos, se sentía seguro y permitió el contacto, así fue como se le pudo zafar su atadura plástica.

El can fue agradecido, al sentirse liberado, salió del arbusto, movía el rabo, saltaba en sus patas traseras, estaba tan gustoso, como quien vuelve a nacer, dio varias vueltas, luego se detuvo y una vez tranquilo, se quedó mirando al humano, a su circunstancial o bíblico salvador, fue el momento de la comunión entre ellos, así literal, ¡fuera mascaras! ¡Coincidían en medio de la nada el silencioso agradecimiento perruno y la cristiana satisfacción de la buena obra del día! Luego de ese encuentro azaroso e hipnótico, la realidad los atrapo a ambos y cada quien tomó su rumbo. 

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