Crónica:
12 de Febrero 2022
¡…Y la pasión se diluyó en el retén del alcoholímetro!
Crónica de un novio frustrado en la víspera del 14 de febrero.
Cacería de los borrachos, ¡en las afueras de Parral!
Eran como las cinco de la tarde, el corte de carne estaba en su punto, una cerveza más que necesaria, era imprescindible, la segunda fue para el digestivo. La cita con la dama se había planeado desde inicio de semana, todo marchaba bien, ella se veía contenta ¡y dispuesta! Hasta que llego la policía y lo arruino todo, es la frustración del 14 de febrero.
Es la historia de lo que podría ser considerado un adelanto del catorce de febrero, de inicio de fin de semana. El viernes por la tarde, el restaurant Terramaria fue el punto de encuentro, pasaban las cuatro cuando llegamos.
La carta es generosa en su oferta, atractiva sería más descriptiva, ambos nos decidimos por un corte, de esos que aparecen en las películas gringas, ¡apetitoso! Y a los minutos, estaba ahí, en nuestra mesa, ¡como salido de la pantalla! La incitación a que se degustara una cerveza, se despertó desde el momento de la elección, aunque más bien creo que desde que concertamos la cita, así que cuando llego el plato, todo estaba en su punto.
A la dama se le veía contenta, se aderezaba la tertulia con una buena charla; la vida, el trabajo, ¡el amor! en ese orden. Una excelente comida y luego la segunda cheve, para entonces se relajaron los secretos, fluyo la confianza, poco después de las seis pedí la cuenta. Ya de regreso a Parral, todo iba conforme al plan no expresado pero que ambos teníamos en mente, ¡eso se siente, estábamos conectados, como dicen los chavos, ¿si sabes cómo?!
Pero, ¡cómo no iba a pasar algo! cuando retornaba a la ciudad, empezaría el calvario que termino con la pasión, fue abruptamente ¡reprimida por la autoridad!
Alberto, el novio frustrado, recuerda que ayer viernes, después de pasar por el granillo, el sitio donde se dividen los tres municipios, Santa Bárbara, San Francisco del Oro y Parral, todo cambio, los planes de la sobremesa se disolvieron en medio de la carretera.
Unas cinco unidades de la Dirección de Seguridad pública de Parral eran el comité de bienvenida a territorio municipal, ¡estaban en busca de ebrios…y lo que resulte! Sin tregua, desde temprana la tarde, no dejaban escapar ninguno. ¡Urge refaccionar la tesorería! ¿Será para pagar una fianza gringa?, bueno, como sea, ahí estaba.
Uno de los agentes llevaba en mano algo que parecía una linterna de mano, de color amarilla, pero no, ¡era un alcoholímetro que detectaba a los borrachos a distancia! Increíble, pero en ese momento lo creí posible.
En realidad parecía más una faramalla que una medición real, me orillaron, como hicieron con otros 15 que ahí estaban pacientes a ser atendidos. La clientela era prodiga y los despachadores muy comedidos, tanto que cuando me interrogaron y ¡confesé la verdad! Ese fue el verdadero alcoholímetro, a mí me parece que ese artefacto amarillo era más ¡la linterna de la verdad!, porque lo confesé todo, ahora sí que como dicen en el argot policiaco, ¡cante y sin tortura!, prolongue la sinceridad que rebose durante la comida, venia del restaurant y si, ¡Me eche un par de cerbatanas!
Con suma amabilidad ante mi honesta confesión, me conminaron a que dirigiera el vehículo para la Dirección de Seguridad Publica, amablemente, ¡ellos sí que saben tratar a los clientes!
En las instalaciones de la Dirección de Seguridad Publica de la Ortiz Mena en ese lugar si había el tradicional medidor de alcohol, el que conocía, el de la pipeta, esa en la que reside la más expresa democracia; todos los que remiten le soplan por igual sin distingo de condición social o género y pese a los tiempos de covid y la pandemia, no hubo reemplazo ni aseo previo del popote, eso sí, muy precavidos, como curándose en salud, los muy comedidos operadores del artefacto, me advirtieron ¡a distancia joven, no de aplicación directa, apenas un centímetro o dos empuje el aliento! Vaya ayuda de prevención al contagio de covid.
En unos segundos, el artefacto, daba su implacable y no negociable dictamen; ¡tenía aliento alcohólico! la buena noticia es que con eso no terminaría en las celdas, la mala es que me hacía acreedor a una multa de 958 pesos.
Al final, dice Alberto, me guarde el efectivo, les dije que no traía, pero los muy centaveros, sacaron la terminal para las tarjetas y pues ahí ni para donde hacerse, pulse el nip y ¡recupere mi libertad!
Cuando arregle el asunto, para entonces ya había pasado una hora desde el clímax de la comida, de las palabras camineras donde irradiaban las ganas de celebrar un adelantado San Valentín, a la dama ya no le quedaba nada de esto, la pasión fue desplazada por el enojo y la incomodidad. El enamoramiento de la susodicha se había extinguido. ¡Fui un novio frustrado en el preámbulo del 14 de febrero! Y yo que me había guardado el efectivo para pagar en la ventanita del refugio de las pasiones pasajeras, ni modo, de ese anhelado encuentro, solo me queda el recuerdo y ¡el recibo de los 958.00 pesos! que burlonamente parece decir con letras chiquitas ¡suerte para la próxima!