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Crónica:

23 de Enero 2022

La amapola; el secreto de la alta montaña de Chihuahua

Sembradíos en acantilados, el flagrante desafío a la ley de la gravedad.  

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Amapola; el gran secreto de las montañas de Chihuahua, es la crónica de una travesía aérea desde Parral hasta Morelos, en el corazón de la sierra, donde los pliegues de la corteza terrestre son silenciosos cómplices del hombre. Es ahí, donde, en medio de la nada, el testimonio de las proezas de la faenas agrícolas se escriben en acantilados con la tinta de goma de opio extraída del bulbo de la flor no nata, la que muy de mañana llora gruesas lágrimas de la apreciada savia que a cuenta gotas se asoman por entre los óvalos de narco rayado.

Las acciones de destrucción del estupefaciente son permanentes. Este año iniciaron el 15 de enero y tendrán una pausa hasta abril. El ejército mexicano despliega a sus hombres en el enorme territorio del sur de Chihuahua, donde no siempre se puede llegar con facilidad. La base aérea de Guachochi es parte del territorio de la 42 zona militar y es terreno de operaciones del 76 batallón, los refuerzos de las tareas de erradicación son unos helicópteros MD 530 y MI 17 que hacen posibles, ¡lo imposible!

Son las siete de la mañana y uno de los artefactos aéreos ha cambiado su plan de vuelo cotidiano, surca el cielo desde Guachochi, pero ahora con dirección a Parral donde el personal militar espera para el abordaje junto con inquietos reporteros que llegaron a la cita atraídos por la aventura de explorar la cotidianeidad militar.

Los campos destinados para el futbol por hoy no serán el escenario de las proezas deportivas, las hélices en su enérgico giro repliegan el polvo dando el último aviso que confirma la llegada de un helicóptero de grandes dimensiones.

Al interior solo tres tripulantes; dos a cargo de los controles, un tercero es el vigía que expectante, desde una de las ventanas asoma el fusil que garantiza la seguridad de la maniobra de aterrizaje o despegue, que por lo general es ¡sin novedad!, apenas se eleva unos cientos de metros y la tensión del guardián aminora, pero, la vigilancia se mantiene, es permanente.

Son cuarenta minutos de paisajes verdes, los grandes pinos desde arriba son como palillos barbados en verde y café, así es el camino a Guachochi, ¡apenas un suspiro! En el piso de la nave, sentados en fila india varios elementos castrenses son parte de los viajeros.

El aterrizaje es terso, el personal de tierra eficientiza las tareas de sumistro de combustible, apenas 10 minutos y otra vez tanque lleno, se eleva y nuevamente el giro de las hélices abre paso a la inmensidad.

El viaje es otra media hora, el descenso se hace en las inmediaciones de los predios amapoleros, en la parte alta de la sierra, aquí las áreas planas escasean, se habilito una de las pocas, era un sembradío, tras la erradicación ahora es helipuerto, Las piedras pintadas en blanco que forman un  circulo legitiman su nuevo rol.

El descenso fue el preludio a la pequeña gran caminata, aquí el factor vivencial hace que se comprenda que, las distancias no son absolutas, tienen una alta dosis de relativismo. Cuatro kilómetro comprometen ascensos y descensos por hondonadas a través de los caprichosos pliegues de la corteza terrestre son un reto al equilibrio, la estabilidad y ¡la resistencia física! Pero… ¡vale la pena, el paisaje es increíble!

En los primeros tramos se da evidencia de que la competencia del equilibrismo es innata, todos la tenemos y no sabemos, es el consabido reto a la ley de gravedad, la anécdota de uno que otro resbalón validara la proeza, pese a que invariablemente termina en el ¡drástico sentón! El esfuerzo premia, por lo general más tarde que temprano, pero cuando menos piensas ya estás ahí, enfrente, atestiguando la develación de los secretos de la montaña de Chihuahua, testificada en la frustrada producción de goma de opio, la materia prima para la producción de heroína.

La composición químicas de la sabia de amapola fue dotada de propiedades analgésicas, algunas de uso recurrente en la medicina, la morfina es la más conocida, otras son fuente de grandes ingresos en el sub mundo de los narcóticos, es el uso al que se destinada esta y toda la producción furtiva.

El terreno es agreste, pero sobre la epidermis se delimitan un serial de subdivisiones,  predios de diferentes dimensiones con surcos de amapola.

Es lugar de contrastes, es admirable la destreza empleada para la producción del enervante, demasiado conocimiento para ser destinado en un fin perverso.

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El reto de la siembra inició meses atrás, desde el aclareo, el abrir paso entre la vegetación para luego quemar la tierra para acrecentar su fertilidad, después vendrá la proeza de hacer surcos en un acantilado, un sitio donde ya de por si es riesgoso llegar en la exploración, tanto que el guía militar restringe el acceso al voladero.

La fuerza de gravedad juega a favor en el sistema de riego, mangueras de poliducto distribuidas en todas direcciones pero con un punto de partida en común; las grandes pilas construidas  en troncos recubiertos de hule negro, el vital líquido es traído hasta aquí de aguas arriba donde se conjuga la hidráulica y la física hasta lograr que desde arroyos y veneros ruede el agua por las mangueras. Luego el estanque para el rebombeo que tiene dos funciones; asegurar la captación de suficiente líquido y verter en los depósitos fertilizantes y nutrientes que ayudaran a la planta a crecer sana y rápida.

Las plagas son parte de las previsiones de la narco siembra, se incluyen sustancias que son agregadas en el agua. El cercado en las inmediaciones del terreno es estratégico, el  alambre de púas hace una barrera que frena los apetitos avances de reses y otros herbívoros nativos de la montaña, como el venado que tiene especial debilidad por la planta.

El sistema de narco plantíos descubierto y en proceso de erradicación fue proyectado con sincronía industrial, la producción duraría meses, cada predio tienen plantaciones con distintos avances de crecimientos ¡las primeras ya están en producción!

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El rayado del bulbo delata que el narco cultivo empezaba a ser rentable. Pequeñas navajas –de las usadas en los antiguos rastrillos de rasurar- son incrustadas en trozos de madera que los cultivadores ajustan en sus dedos y luego los giran en uno a uno hasta abarcar los cientos de botones de las plantas.

Su penetración es mínima, apenas el filo de la navaja que rompe la membrana de la epidermis del bulbo, se surca alrededor, en ovalo formando una visión psicodélica desde la parte alta hasta su unión con el tallo, la tarea se repite cientos de veces, la perfección de los trazos es admirable.

Los recolectores se darán a la tarea de recoger cada mañana, temprano, las lágrimas de la planta, es la goma de opio, las pequeñas cantidades son captadas en fichas cuyo contenido se acumula en depósitos de dimensiones menores.

Quienes se dedican a esa actividad se penetran, la planta les deja una marca indeleble que durara varias semanas en sus dedos, los pinta de negro, es la impregnación del oro negro de la amapola.

Algunas de las plantas encontradas aquí ya se habían pasado por un primer proceso de cosecha, en otras el botón ya dio origen a una bella flor que emerge en diferentes tonalidades, especialmente en tonos rojos.

A lo lejos se divisan  pequeños asentamientos, la sobrevivencia en estos sitios es casi un milagro, es en sí misma una carta viviente de esa proeza. Los habitantes de la sierra  siempre están alertas, en estos casos no, es la excepción… ¡nunca ven ni escuchan nada!

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Uno de los mandos militares lo confirma, recuerda que cuando se les pregunta, siempre dicen que no saben, así es en todo el país, pero lo rescatable es la destrucción que evitara la llegada de esta materia prima de narcóticos.

El proceso de erradicación no es fácil, es manual, decenas de soldados son asignados a la tarea. La planta tiene que ser sacada de raíz, de lo contrario, si se le aplasta o se corta con machete solo servirá de poda y se rehabilitara pronto.

Una a una, cada planta es colocada sobre un camastro hecho de ramas secas y pequeños troncos hasta lograr  cerros de verdosas varas, se les prende fuego y mientras las llamas estén avivadas, se agregan más, en un permanente vaivén de hombres de verde que se confunden con el entorno. 

                      

El reporte oficial de la contabilidad de los elementos castrenses sitúa en 800 los soldados estacionados en el municipio de Morelos, en el lugar conocido como los Berros donde fueron encontrados 50 predios que están en la zona limítrofe con Sinaloa.

El comandante a cargo del operativo de destrucción dijo que tan sólo en ese cerro se ubicaron 30 plantíos, con una extensión aproximadamente de 15 hectáreas en su conjunto. Los que hoy fueron destruidos uno es de 1.7 hectáreas y otro de 5 mil metros cuadrados, pero mañana habrá más, es la cotidianeidad de esta temporada que se prolongara hasta  el mes de abril, cuando se abre la pausa para un nuevo ciclo de producción y ¡esta historia continuara toda la vida!.

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