Melecio Corral Solis

-¡Antonio! Te vas a quedar aquí en este lugar, jugando con tu hermanito Casimiro y mucho cuidadito que te despegues ¿Oyites? Dijo la mamá al hijo mayor mientras descendía al arroyo con un costal de ropa sucia para lavar.

El Rancho de la Chinaca era una comunidad en forma de meseta ubicada en lo alto de las montañas, rodeada de un extenso bosque y dividida por un pequeño arroyuelo.

Era tarde, el crepúsculo ya se dibujaba en las lejanas montañas, los niños jugaban encantados entre el zacate verde, el agua del arroyo cambiaba de color por la espuma del jabón y de la mugre desprendida de la ropa, pero entre las ramas de un táscate los ojos rasgados de un felino salvaje acechaban y saboreaban a la presa.

Antonio se alejó de su hermano, tomó una piedra y la colocó en su resortera, luego se dirigió cauteloso a dónde una calandria revoloteaba entre las ramas de un encino para cazarla, fue entonces que... el felino atacó sin piedad a Casimiro, las manos afanosas que tallaban la ropa en el arroyo se detuvieron por los lloriqueos del niño y la calandria que estaba a punto de ser cazada por Antonio voló.

-¡La Onza se come a mis hijos! Dijo alarmada María, luego subió corriendo y con su cara descompuesta vio como el mortal y astuto felino se perdía entre el monte con su retoño entre los filosos dientes.

María con el alma en la mano corrió detrás del feroz animal por un buen rato, tratando en vano de salvar a su hijo, luego regresó con las sombras de la noche al caserío para pedir auxilio y minutos después más de diez antorchas encendidas por los lugareños parecían luciérnagas entre el bosque buscando al felino asesino para quitarle al niño.

¡Infeliz animal! ¡Se lo tragó la tierra! ¡Es el mismo demonio! Decía el comisario rendido ya casi en la madrugada.

Durante muchos años, cundió el pánico en los habitantes de Guadalupe y Calvo sobre las atrocidades de este mortal felino, tanto que muchos llegaron a atribuirle poderes sobrenaturales, por las habilidades que poseía, otros aseguraban que era el animal más salvaje que rondaba sigilosamente en el bosque de toda la región.

-¡Yo la.vi y casi me surro miedo! Decía Álvaro a su compadre. Es de color negro, mide más de un metro de largo, tiene la cabeza grande con unas mandíbulas feroces capaz de triturar a su presa en segundos, también tiene unos ojos diabólicos y es capaz de hacerse chiquita para meterse por las rendijas de la puerta y robarse a los niños. Terminaba diciendo tembloroso.

La Onza fue el animal más temido por los Guadalupe Calvenses entre los años 40s a los 70s, tanto así que en tiempos de mi niñez aún me batallaba para conciliar el sueño cada vez que se hablaba de este mortal felino...

¿Leyenda, mito o realidad? ¡Esto es lo que la gente cuenta!

El Mele